
El 20 de septiembre, Madrid vivió algo distinto. El Autocine se transformó en un rincón de Ecuador gracias a la primera edición internacional del festival ecuatoriano “Saca el Diablo” (SED) – Madrid 2025. Música, arte y gastronomía iberoamericana se mezclaron para despedir el verano con identidad, diversidad y, sobre todo, mucha alegría.
La sensación era clara: por unas horas estábamos en un “Ecuador Chiquito”. El ambiente, la gente, los colores, los sabores y, por supuesto, la música, nos transportaban directamente a casa. Y no era un festival cualquiera: aquí se escucharon sonidos distintos a los que suelen dominar la escena madrileña, con artistas que trajeron lo mejor de Ecuador y la región.
Un cartel con raíces y diversidad
La edición madrileña reunió a nombres que son parte de la memoria musical iberoamericana. Aterciopelados (Colombia) encendió la noche con la inconfundible voz de Andrea Echeverri y el talento de Héctor Buitrago. Verde 70 (Ecuador) celebró 25 años de trayectoria con un público que coreaba cada uno de sus temas. También se sumaron propuestas frescas como Machaka, con su himno Las +593, que se convirtió en uno de los momentos más esperados de la jornada.
A la fiesta se unieron además los irreverentes Papaya Dada (Ecuador), quienes cerraron el festival en un escenario más íntimo, demostrando que incluso con cambios de último minuto la música puede seguir siendo un puente de conexión.

Darío Castro, vocalista de Verde 70-Festival ecuatoriano “Saca el Diablo” (SED)– Edición Madrid 2025,. Fotografía: Salgado Albán.
Un cierre con sabor a casa
El viaje musical fue intenso: desde la fuerza alternativa de Baracunatana de Aterciopelados, hasta la nostalgia compartida con los clásicos de Verde 70, pasando por la energía mestiza de Machaka y el toque irreverente de Papaya Dada.
Más allá de la música, “Saca el Diablo” fue una celebración de identidad. Un recordatorio de que, aunque estemos lejos, nuestras raíces siguen vivas y pueden florecer en cualquier parte del mundo.
Madrid se despidió del verano con un pedazo de Ecuador en el corazón. Y nosotros, con ganas de que esta no sea la última vez que el diablo se escape por aquí.